España, una ilustre nación con siglos de antigüedad. Podríamos identificar su origen desde principios del Renacimiento, cuando, gracias al matrimonio consagrado de conveniencia entre Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, es decir, los “Reyes Católicos”, se unificaron monárquicamente los Reinos de Castilla y Aragón con el objetivo de fortalecerse entre sí, mediante la diplomacia y cooperación militar; e, incluso, algunos historiadores concluyen que sus comienzos podrían haberse dado desde finales de la Edad Antigua, cuando los romanos denominaban geográficamente como “Hispania” a la Península Ibérica. Sin embargo, dada la situación política y social en la que, lamentablemente, nos encontramos a día de hoy, la integración territorial de nuestra histórica y prestigiosa nación está debilitándose.
Tras la investidura fallida de Alberto Núñez Feijóo, el Rey, Felipe VI, ha propuesto como candidato a la Presidencia del Gobierno a el líder del PSOE. Mas, la imposición reiterada de Pedro Sánchez, únicamente, ocasionará más daños a una España en estado delicuescente, tras cinco años de gobierno socialista. Pues, el ansia de poder del actual presidente en funciones es tan despiadada, que, para no desacomodarse del sillón de autoridad que ostenta (gracias a la moción de censura que él mismo llevó a cabo), procura negociar un acuerdo con partidos defensores del nacionalismo centrífugo catalán y propulsores de la desintegración territorial de nuestro Estado, mediante la exigencia de condiciones anticonstitucionales, tales como la amnistía para políticos corruptos, el referéndum ilegal, y la autodeterminación, para la que continúa y, no quepa duda, continuará siendo Comunidad Autónoma de nuestro país, Cataluña.
Si Pedro Sánchez prefiere vender nuestra integridad antes que prescindir del trono real creado mediante la falacia y la presión de masas, con propósito de no apaciguar su monarquía absolutista, encarnadora del lema “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, pues fija su mirada hacia la causa social que, según el contexto que tenga a consideración, le resulte más interesante estratégicamente y olvida todo aquello de “democracia”, lo cual defiende, cuando de influencia política se trata, como buen manipulador de rebaños sociales que es; nosotros, el pueblo, hemos de luchar con vehemencia de la mano de la razón, la justicia y la cooperación para mantener el orden constitucional del país.
Luís Fernando Megía Barchino